La presión arterial alta es una de las dolencias crónicas más extendidas globalmente y también una de las más desapercibidas. Se define por un incremento constante en la presión con la que la sangre fluye a través de las arterias, superando los niveles de referencia de 140/90 mmHg. Lo alarmante es que esta situación, en muchos casos, no muestra síntomas claros, permitiendo que numerosas personas la sufran sin ser conscientes de ello.
Esta falta de señales claras es lo que le ha valido el apodo de “enemigo silencioso”. Cerca de la mitad de los adultos con hipertensión no tienen conocimiento de su condición, y menos del 50% de quienes ya han sido diagnosticados logran mantenerla bajo control. Se trata de una realidad alarmante, considerando que esta enfermedad está directamente vinculada con un mayor riesgo de infartos, accidentes cerebrovasculares, insuficiencia renal y otras complicaciones cardiovasculares graves.
En situaciones donde la tensión arterial aumenta considerablemente, ciertas personas pueden sentir síntomas como cefalea, visión nublada, dolor torácico, vértigo, dificultad para respirar, vómitos, zumbidos en los oídos, ansiedad o sangrado nasal. Sin embargo, la mayoría experimenta esta condición durante años sin síntomas evidentes, lo que destaca la relevancia de someterse a exámenes médicos regulares.
El surgimiento de presión arterial alta es afectado por diversos elementos. Entre los más frecuentes se incluyen la vejez, la predisposición hereditaria, el exceso de peso, la obesidad, el alto consumo de sodio, la falta de actividad física, el consumo elevado de alcohol y el acto de fumar. Además, otros factores incluyen dietas altas en grasas saturadas, la insuficiencia de consumo de frutas y vegetales, el estrés continuo y la exposición a ambientes polucionados.
La buena noticia es que esta enfermedad es tanto prevenible como tratable. La clave para reducir el riesgo está en adoptar un estilo de vida saludable. La práctica regular de actividad física moderada —como caminar, nadar, correr, bailar o realizar ejercicios de fuerza— es una de las recomendaciones principales. Realizar al menos dos horas y media de actividad aeróbica moderada por semana, o una hora y cuarto de ejercicio intenso, contribuye a mantener una presión arterial dentro de los rangos normales.
La dieta es igualmente importante. Es aconsejable disminuir la cantidad de sal a menos de cinco gramos diarios, incrementar el consumo de frutas y verduras, evitar productos ultraprocesados y grasas trans, y mantener un peso saludable. También es esencial no consumir alcohol en exceso y evitar la automedicación.
Para quienes ya han sido diagnosticados, el tratamiento puede incluir medicamentos antihipertensivos que ayudan a relajar los vasos sanguíneos o diuréticos que eliminan el exceso de líquidos. La adherencia al tratamiento y el seguimiento médico son esenciales para evitar complicaciones a largo plazo.
En la actualidad, se calcula que más de 1.200 millones de individuos entre 30 y 79 años tienen hipertensión en todo el mundo. Esta afección es una de las principales razones de fallecimiento en numerosos países, solo superada por otras enfermedades crónicas como la diabetes y las dolencias cardíacas. En ciertas regiones, se ve como una medida fundamental de salud pública, comparable al acceso a agua limpia o a la cobertura de vacunas.
Uno de cada tres adultos padece hipertensión, y cerca de una de cada cinco muertes globales se relaciona directa o indirectamente con esta condición. La elevada presión sanguínea se observa en siete de cada diez individuos que mueren por un ataque al corazón, destacando su seriedad.
La meta global está bien definida: disminuir en un 25% la incidencia de la hipertensión. Para alcanzarla, se necesita una mezcla de sensibilización, disponibilidad de servicios médicos, detección inicial y, principalmente, dedicación personal al cuidado propio y la prevención.

