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El ejército israelí mata a más niños en Gaza en dos semanas que en los últimos 23 años, según las autoridades de la Franja | Internacional

El 30 de septiembre de 2000, Muhammad al Durrah, de 11 años, fue alcanzado por el fuego cruzado entre palestinos y soldados israelíes en Gaza y murió en el acto. Su muerte fue la primera de una escalofriante y larguísima lista que el Centro de Información Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados B’Tselem empezó a elaborar aquel año para contabilizar las víctimas en el conflicto israelí-palestino. Han pasado 23 años y, después de Al Durrah, al menos otros 1.741 menores habían perdido la vida de forma violenta en la Franja hasta el 6 de octubre. Después de dos décadas, los niños palestinos son más castigados que nunca: en las tres semanas que han transcurrido desde que la milicia islamista Hamás atacara Israel el 7 de octubre —y este país bombardeara desde entonces la Franja como represalia— se ha alcanzado un sangriento récord: al menos 2.360 niños y niñas han fallecido bajo las bombas israelíes, según datos de este martes del Ministerio de Sanidad gazatí. En 18 días se ha superado todo el saldo de niños muertos de los últimos 23 años.

Al menos 2,2 millones de personas, de los que la mitad son menores de edad, están atrapadas en la Franja, al que algunos han llamado la mayor prisión al aire libre del mundo: un territorio de 365 kilómetros cuadrados, similar a la mitad de la ciudad de Madrid, del que no se puede entrar ni salir, ni por tierra, ni por mar, ni por aire, desde que Israel bloqueara todos sus accesos a raíz del ataque del 7 de octubre. No queda apenas agua potable en la Franja, escasean la electricidad, la comida y los medicamentos. El paso de camiones con ayuda humanitaria se permite con cuentagotas. Lo que no escasean son los misiles: hasta seis mil lanzó el ejército israelí en los primeros seis días de asedio, matando a 1.140 personas.

Las carencias, el miedo, la inseguridad y la muerte se han convertido en compañeros permanentes de niñas como Dima Allamdani, de 16 años, quien la semana pasada enterró a 13 miembros de su familia. “He venido a buscar a mi padre, mi madre y mis hermanos a la morgue. Primero me dijeron: ven y mira a tu madre. No me enseñaron su cara, pero la reconocí por sus pies”, cuenta la adolescente, con la cara magullada y sucia, a las cámaras de Reuters. “Se me rompió el corazón; es una pesadilla”. Habla sentada sobre una alfombra, con otro niño de unos 10 años a su lado que presenta las piernas a medio vendar, lleno de heridas y con un ojo morado.

La familia de Allamdani era una de tantas que se desplazó hacia el sur de la Franja para evitar los bombardeos de la aviación israelí. Se instalaron en un refugio temporal en la ciudad de Jan Yunis, pero un ataque masivo en la noche del 17 de octubre les alcanzó. Esta niña, uno de sus hermanos y dos primos más pequeños han sido los únicos supervivientes.

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Dima Allamdani, de 16 años, ha perdido a sus padres y siete hermanos en un bombardeo israelí sobre Gaza, el pasado 17 de octubre.MOHAMMED SALEM (REUTERS)

Además de los muertos, se han registrado al menos otros 5.000 niños y niñas heridos y 800 más desaparecidos, probablemente porque han quedado bajo los escombros de los edificios derrumbados, según las autoridades palestinas. “Miles de hogares y decenas de parques infantiles, escuelas, hospitales, iglesias y mezquitas han resultado dañados o destruidos en Gaza”, informa el Ministerio de Sanidad gazatí. De los niños heridos, la misma fuente asegura que algunos presentan “quemaduras insoportables, pérdida de extremidades y otras horribles heridas causadas por los bombardeos”.

No es una cuestión nueva. La Franja es escenario de incursiones militares y ataques desde que pasó de manos israelíes a palestinas en 1994, con la firma de los Acuerdos de Oslo. Todos los residentes se ven afectados por la violencia, a mayor o menor escala. Como un anciano que recordase los avatares de su pasado, los adolescentes que ahora cumplen 17 años pueden afirmar que ya han sobrevivido a cinco conflictos armados. Su vida comenzó en 2006, justo antes del primer bloqueo israelí a la Franja en 2007, con la subida de Hamás al poder. En este tiempo, han pasado por la guerra de 2008-2009, que se prolongó durante 23 días; la de 2012, que duró ocho días; la de 2014, que se alargó 50 días y fue la más sangrienta hasta ahora; la de 2021, que duró 11 días, y la actual, iniciada el 7 de octubre.

Haneen Harara es una periodista gazatí de 29 años, madre de tres hijos y colaboradora habitual de la Agencia de la ONU para Refugiados Palestinos (UNRWA). Hace dos semanas, contaba en un podcast de EL PAÍS cómo había sido su evacuación a un lugar más seguro. El pasado 18 de octubre, hacía llegar un par de vídeos con la poca electricidad de la que consigue disponer. “No hay electricidad desde hace dos días, no hay comida…”, describe esta madre mientras graba una habitación a oscuras en la que se oyen voces infantiles. “Los niños están aquí buscando algo que comer, usamos los móviles para dar algo de luz antes de que se agote la batería”, prosigue. Con la linterna del teléfono, Harara alumbra lo que parece un tomate y tres pedazos de pan de pita. Unas manos lo desmenuzan. “Aquí hay algo de pan, pero desafortunadamente no hay agua”, lamenta.

Dos niños heridos son atendidos en el hospital Nasser, en Jan Yunis, tras un ataque israelí, este martes.
Dos niños heridos son atendidos en el hospital Nasser, en Jan Yunis, tras un ataque israelí, este martes. Ahmad Hasaballah (Getty Images)

La falta de agua y alimento impacta de forma más grave en los niños, especialmente en los que se encuentran en sus primeros 1.000 días de vida, la etapa más importante del desarrollo. Ya antes de esta ofensiva, el 60% de la población gazatí necesitaba ayuda humanitaria para sobrevivir y el Programa Mundial de Alimentos de la ONU registraba 1,84 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria, es decir: sin acceso a suficientes alimentos para su salud y bienestar general. Además, el 7,4% de los niños de entre 6 y 59 meses padecía algún tipo de desnutrición. Según el fondo de la ONU para la Infancia (Unicef), menos de la mitad de la población infantil recibe una dieta mínimamente diversa y alrededor del 10% de los menores de cinco años presenta un retraso en el crecimiento.

Al no disponer de las plantas desalinizadoras debido a la falta de combustible y con los supermercados vacíos, muchos gazatíes acaban bebiendo de cualquier parte. Hasta del mar. “La población está consumiendo agua salina con más de 3.000 miligramos por litro de contenido de sal procedente de pozos agrícolas. Esto supone un riesgo inmediato para la salud, ya que eleva los niveles de hipertensión, especialmente en bebés menores de seis meses, embarazadas y personas con enfermedades renales” alerta el último informe de situación de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA). El uso de aguas subterráneas salinas también aumenta el riesgo de diarrea y cólera. Ya se han detectado los primeros casos de varicela, sarna y diarrea, atribuibles a las malas condiciones de saneamiento y al consumo de agua de fuentes inseguras. “Se prevé que la incidencia de estas enfermedades aumente a menos que las instalaciones de agua y saneamiento reciban electricidad o combustible para reanudar su funcionamiento”, ha advertido esta organización.

Efectos a largo plazo

Los numerosos conflictos armados en todo el mundo han dado lugar a una ingente documentación de los efectos que la violencia sobre la infancia. Uno de los más recientes, centrado en los menores gazatíes, fue publicado por Save the Children en 2022 y asegura que cuatro de cada cinco viven con depresión, dolor y miedo. Al ser preguntados por su vida diaria en Gaza, los niños y adolescentes aseguraron vivir “en un perpetuo estado de preocupación, tristeza y pena, esperando que estalle la siguiente ronda de violencia y sintiéndose incapaces de dormir o concentrarse”, según este informe. La violencia sostenida durante más de 15 años ha significado que ocho de cada 10 pequeños indiquen sentir angustia emocional y duelo, además de tener dificultades para cumplir con los deberes escolares y para socializar. “Nos enfrentamos a los días más tremendos que se puedan imaginar. Muchos sentimientos y pensamientos que ni siquiera puedes describir: miedo, horror, ansiedad…”, describe Lina, de 16 años, en un mensaje publicado la semana pasada en redes sociales.

Una enfermera cuida a un bebé recién nacido en el hospital Nasser de Jan Yunis tras la muerte de su madre por un ataque aéreo israelí, este martes.
Una enfermera cuida a un bebé recién nacido en el hospital Nasser de Jan Yunis tras la muerte de su madre por un ataque aéreo israelí, este martes. Anadolu Agency (Anadolu via Getty Images)

“Hemos trabajado con muchos niños que presentan desde muy pequeños signos de ansiedad y de depresión”, asegura a este diario Jason Lee, director de Save the Children para los territorios palestinos, quien advierte que los casos no dejarán de multiplicarse “hasta que termine el ciclo de violencia en Gaza”. Un estudio de la UNRWA realizado justo nueve meses después del conflicto de 2021, evidenció que, para entonces, al menos cuatro de cada 10 niños seguía requiriendo de intervención psicosocial, los mismos que seguían sufriendo de estrés postraumático.

A largo plazo, los efectos entre los niños que viven en contextos de guerra oscilan entre la negación o la supresión de emociones hasta los intentos de suicidio, según el informe de Save the Children. La OCHA registró que entre 2020 y 2021 hubo 44 casos de tentativa de suicidio en Gaza, en comparación de los ocho registrados en 2019. “Para que los niños comiencen a sentirse seguros, necesitan creer que hay futuro”, considera Lee, aunque admite que, mientras la guerra con Israel siga activa, y ante una previsible incursión por tierra, es “muy difícil” proteger a la infancia gazatí.

El asesinato de Muhammad al Durrah, el niño que inauguró la lista de víctimas infantiles en la Franja, se hizo viral en un tiempo en el que no había redes sociales porque fue grabada en directo por una televisión francesa. Su caso dio la vuelta al mundo, el pequeño fue declarado mártir y la imagen de este abrazado por su padre cuando intentaba protegerle de las balas, acorralados entre los dos bandos de la refriega que le costó la vida, alcanzó el valor de icono de la lucha palestina. Del resto de los más de 4.000 niños asesinados en Gaza desde 2000 hasta este martes, sin embargo, apenas queda un número y un nombre en los informes de la ONU o de algunas organizaciones benéficas. Y la lista sigue creciendo.

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By Samuel D. Herrera

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