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«Que todas las niñas jueguen a este deporte»

El avión aterrizó en las pistas de la T4 de Barajas, sobre las 21.00 horas, con la bandera de España asomando por la cabina de los pilotos. Llegaba la Copa del Mundo al país que le pertenece, con unas 20.000 personas esperando a brindar por ella en Madrid Río, cuartel general elegido por la Federación para celebrar el título. Cuando se abrió la puerta del aeroplano, las jugadoras empezaron a desfilar hacia tierra, muchas de ellas con gafas de sol, largo viaje desde las antípodas. A su vera, un Rubiales más comedido, brazos en el hombro de las heroínas, perfil bajo tras su efusiva celebración en Sídney. Muchos cariños a Carmona, como es lógico, pese a que la sevillana no rechazó las festividades, aunque con el gesto compungido. Valiente en el campo y fuera de él.

Impresionante desfile policial el que llevó a la selección por las calles de la capital, decenas de motos policiales custodiaban el tesoro y a las conquistadoras, con el bus a toda velocidad hacia donde esperaba la afición, animada por un despliegue de luces y música sin parangón.

Puerta de Alcalá, Gran Vía… la caravana militar de la selección, policía montada incluida, le ponía algo de picante al fantasmagórico agosto madrileño, acudían los transeúntes a saludar al automóvil nacional con ánimo y emoción mientras las jugadores, micrófono en mano, repartían estrofas de sus canciones favoritas.

Llegada triunfal

La olla estaba a punto de explotar y, ya pasada la medianoche, comenzaron a saltar las protagonistas al escenario. Hermoso, Bonmatí, Putellas, Paralluelo… las ovaciones se amontonaban hasta que, el trofeo, bien sujeto, salió arropado por los tres protagonistas que demandaba la noche: Ivana Andrés (capitana), Jorge Vilda (entrenador) y Olga Carmona. «Dijimos que os íbamos a levantar, que os íbamos a sacar a la calle y aquí os traemos la copa del Mundo», gritó el técnico, que esta vez no fue abucheado, además de acordarse de las jugadoras que no estaban presentes (se interprete como se interprete).

«Ayer fue el mejor día de mi vida, pero de repente se convirtió en el peor», aseguró Carmona, antes de descorchar las lágrimas, cuando se refirió a la muerte de su padre poco antes de la final ante Inglaterra. Emociones secuestradas por Hermoso, que quiso reivindicar, delante de sus paisanos, lo especial que era el momento para ella: «¡Solo quería decir que los madrileños somos los mejores!», gritó una de las jugadoras más destacadas de la copa mundial momentos antes de que el grupo ‘Camela’ asaltase el escenario y convirtiese en un tifón la celebración.

«Vamos a liarla parda y ya está», quiso apresurar el micrófono al personal, ansiosas las jugadoras de algo de intimidad, retrasada el final de gala por los halagos y por Misa imitando el motor de un Ferrari. El final a una convivencia de más de dos meses y muchas tensiones, apresada la selección por su propia mitología, una epopeya que comenzó con un motín y que acabó en la cima del mundo, con un título conquistado a miles de kilómetros de casa, como en las mejores historias, y celebrado con los paisanos, como debe de ser.

«Que todas las niñas jueguen a este deporte», fue una de las últimas frases que se escucharon antes de que se echase el telón, el lema de un equipo que ha querido trascender no solo al pasado o al presente, sino que también al futuro. «Campeonas del mundo».

By Samuel D. Herrera

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